Estaba lindo, ni fresco, ni caluroso. Tenía los últimos fideos en el plato y re-de-pente, dijo el chavo, crujió la silla delante de mí. Ya está, me dije, la voy a tener que soldar. Pero no era eso, una figura comenzó a materializarse en ella. Era un hombre fornido, con cara de cansado. Al tomar solidez la silla crujió. El extraño la oyó y rápidamente se puso de pie para evitar la caída. Luego se sentó en la de al lado.
—Buen provecho —dijo educado.
No sabía si había tomado suficiente vino o me había bajado la presión. Lo cierto es que me apreté los ojos pensando que la cuarentena me estaba jugando una mala pasada.
—Fernando…
Me sorprendí muchísimo, apoyé el tenedor sobre la mesa y abrí los ojos resignado. Por fin había pasado: me piré del todo, listo. Respiré profundo, exhalé y volví a tomar aire. Seguía ahí, conmigo. Tomé un trago de vino, siempre ayuda un vasito. Para mí sorpresa, apenas si lo había tocado, estaba por la mitad.
El extraño observó los estantes de la cocina y tomó un vaso. Se movía con naturalidad. Sirvió vino en él y bebió.
—¿Cómo estás? —se dirigió a mí. Luego observó hacia la pared y saludo al poster del Diego— ¡Salud, señor presidente!
—El Diego, ¿presidente? —no pude ocultar mi estupor— ¿cuándo?
Ahora el sorprendido era él.
—¿No es el presidente? Sí no es él, ¿quién? —apuró otro trago y espero mi respuesta.
—Alberto Fernández.
—¿Y ese quién es? ¿de qué partido?
Le conté del Frente de Todos, y le dije que era Peronista. Cambió el semblante, lo veía aliviado. Después noté que tenía un tapabocas, y él vio el mío colgado del picaporte.
—Mi nombre es Juan Salvo. Soy un peregrino del Tiempo, recorro los siglos y necesito un lugar para descansar —echó una ojeada desde la cocina por el pasillo de las habitaciones, reconoció la arquitectura—: una casa chorizo.
Me encontraba despierto, dormido. ¿Qué pasaba? Ese nombre me sonaba, y la presentación me resultaba tan conocida que no pude evitar levantarme de mi silla y buscar en la biblioteca mi ejemplar de “El Eternauta”, al encontrarlo, lo llevé hasta él para que lo hojeara.
Asentía al verlo, hacía gestos de aprobación con la boca y lo note entristecer al ver a Martita y a Elena. Luego me dijo que ya nos habíamos visto en otras tierras, algunas de las innumerables tierras de los diferentes Continnums y que, al parecer, siempre hacía lo mismo. Ya sabía yo que no era muy ocurrente, pero qué fidelidad. Tantos cambios de mundo y resulta que había un solo modelo de mí, vaya contradicción. Me dijo que no me hiciera problema, después de todo era una buena señal encontrar un lugar constante frente a tanto cambio. Listo, me dije, me pasó de aburrido.
—¿Y cómo es ese lugar en dónde Maradona es presidente? ¿qué está pasando allá?
—Si tenés un tapabocas, debe estar pasando lo mismo acá. Allá hay un virus más peligroso que la nieve mortal, entra por el aire. No se puede ver y las personas se contagian fácilmente, muchos mueren asfixiados. Y otros lo pasan sin demasiadas complicaciones.
—Acá pasa eso mismo. Y es terrible porque están haciendo política con eso, nadie da bola. Los medios le dan manija a la gente para que cada uno haga la suya… —preferí detenerme, él debía hablar y no yo.
—¡Qué raro! Eso pasa… —se detuvo a pensar, observó el reloj de pared, daban las 21 hs.— cenás temprano. ¡Pará! Dejame oír… —abrió la ventana, no entraba ningún sonido.
—En la tierra de Maradona la gente aplaude a las 9, todas las noches y la gente lo sigue de manera religiosa. El presidente sale él mismo a aplaudir a los trabajadores de la salud. ¿Acá no?
No pude decirle que Diego había muerto, así que preferí decirle que acá no. Le conté que a los médicos y enfermeros no se los aplaudía desde hacía más de medio año, por lo menos. Y de qué había gente que no creía en la enfermedad.
—Lo que me decís es una locura. ¿Cómo es posible?
—Macri y su gente, la Bullrich, los medios que hacen su negocio… la locura del neoliberalismo y los precios de las vacunas…
Apoyó el codo en la mesa y llevó la mano a la boca, estuvo en silencio un rato, cerró la ventana y agregó: —en el país de Diego hay una campaña en donde todos se pusieron la “diez” y trabajan en equipo para zafar de este bicho invisible. Y a ese que me nombraste, Macri, no lo quiere nadie… Por lo que me contaron pretendió hacer política con los muertos, primero se aprovechó de un incendio y ganó unas elecciones. Pero después la gente no le perdonó un incendio que tuvo en su gestión y, ahora, es un político testimonial. ¡Ojo! Allá es muy peligroso— tomó un trago más de vino.
—Tal vez acá sea distinto, después de todo, este es otro Continnum. Y si el tipo juega limpio no estaría tan mal.
Con resignación cargué mi vaso de vino, agregué más vino en el de él y decidí que mejor le contaba lo que había pasado con Diego. Porque contarle lo que pasa con nosotros se me hace imposible.