Texto: Santiago Ares Ilustración: Melisa Perez y Perez
Para promover argumentos relacionados con el arte y la cultura de estos tiempos, es ineludible contextualizarnos en la escena vigente donde la creación, la comunicación y la educación, se encuentran franqueadas por la juntura de un sistema globalizado.
La dominación capitalista para ser tal, a partir de una política de expansionismo, sustancialmente ha incorporado vastas superficies del planeta a miles de kilómetros de sus límites geofísicos, utilizando diferentes métodos de predominio. Como para mencionar uno, nos referimos a la penetración cultural. Esta acción es siempre asistida por protectorados ínsitos estrechamente relacionados con la explotación de las materias primas, la mano de obra barata y, lo que es peor, de la mala utilización de los recursos naturales agotables. Para que este fenómeno ocurra, se instaure, es preciso que incida sobre los valores culturales.
En tal sentido, es necesario madurar sobre lo que hemos absorbido culturalmente durante tantos años y lo que absorbemos habitualmente. Corrientemente encontramos un desequilibrio de exposición entre la expresión nativa y la voluptuosa concentración de las cadenas de medios monopólicos y cadenas de entretenimiento extranjeras, con todo su aparato de penetración social. Esta desventajosa correlación de fuerzas, este choque entre la pequeña expresión cultural y artística nacional con la globalizada industria del entretenimiento y sus socios locales, nos trae aparejados deshonestos inconvenientes sociológicos. El foco se encuentra en la construcción de la opinión pública: es que entonces nuestras sociedades opinarán de sus aconteceres oriundos a través de la mirada de los medios monopólicos y medios extranjeros bajo los efectos de la penetración cultural. “Este proceso de transculturización, esta presión sobre la cultura hace que se vaya deformando, por capilaridad social, el rasgo autóctono y tienda a extranjerizarse, este elemento de impacto introducido en formas de estéticas foráneas, acompaña la apertura decisiva de los mercados nacionales a los conquistadores de turno, dispuestos a internacionalizar las relaciones y debilitar las áreas de resistencia colectiva a las penetraciones extrañas”. Dice (sic J.J. Hernández Arregui) en su libro Imperialismo y Cultura.
¿Cómo funciona este mecanismo? Los multimedios, nacionales o no, comienzan a manipular la información bajo el lema “periodismo independiente” con el objeto de darle protección a sus actividades financieras con los grupos económicos extranjeros, siempre escondidos detrás de la pantalla de la libertad de prensa. No les afecta perjudicar al conjunto, sus negocios están por sobre todo el resto de los integrantes sociales que conviven en un estado. Sin medir consecuencias presionan cuando las medidas económicas aplicadas por los gobiernos no le son favorables a sus transacciones ocultas, e irán más lejos si no logran lo que quieren, impulsarán representantes a acceder el poder público. Por lo tanto decimos que la opinión pública se ve manipulada por la centralización de la propaganda, avalada por los monopolios y con reacciones en cadena principalmente en las grandes ciudades. Esto garantiza las tendencias en las diversas clases sociales. Tal realidad estimula a prescindir de la connotación histórica en que ciertamente se vive, reduciendo la posibilidad de concretar políticas que despierten la conciencia de una idea colectiva de reivindicación popular. Traducido todo en procesos diestros en la penetración cultural, los grandes grupos económicos llegan así a operar en las universidades, las cadenas de entretenimientos, los medios de comunicación, los periodistas formadores de opinión y hasta los ministros de economía. Hagamos el sano ejercicio de repensar los últimos 40 años de nuestra historia nacional, tomando en cuenta lo detallado con antelación. Por último decimos, el arte como lenguaje comunicacional puede favorecer este proceso o bien evidenciarlo. Pensar el arte como una forma autónoma resultado de la inspiración individual únicamente, aislado del contexto histórico y de la apreciación colectiva, es transitar una escena con serios riesgos de concebirlo como material de este poder dominante.