Como en un ciclo de mareas, se sucede en Argentina la constante reedición de un conflicto histórico entre modelos productivos, generalmente enunciado como “campo vs gobierno”, quizás mejor expresado como “campo vs nación”.
Es necesario profundizar en los términos y su anclaje paradigmático, por supuesto discutibles en su definición y relación, pues ahí encontraremos la matriz del irresuelto dilema que signa a través de los años el devenir fluctuante de nuestro país conteniendo, a la vez, la potencialidad de su desarrollo y sus ventajas relativas; pero también sus límites y frustraciones, la esperanza de emancipación y su condena.
Desde tiempos de unitarios y federales, durante la conformación misma del Estado Argentino, la puja por los recursos y riquezas del territorio ha sido definitoria en la constitución de la estructura del poder y la proyección nacional.
Todavía hoy, desde muchos espacios y sectores, se evoca con nostalgia a la “Argentina Potencia”, refiriendo al período de consolidación del modelo agroexportador, estando nuestro país inserto en la economía mundial como un importante proveedor de materias primas, lo que le permitiò convertirse en una de las naciones más ricas al considerar el producto bruto interno por habitante.
Pero existe un sesgo extraordinario en esta concepción idealizada que las clases privilegiadas y portavoces de este conservadurismo promueven. No debe olvidarse, y por demás probado está, que esta riqueza se concentraba en manos de una élite, estando la inmensa mayoría de la población absolutamente excluida de sus beneficios.
Lejos de ser una idílica tierra de la prosperidad, la ebullición social provocada por las pésimas condiciones de vida, el hacinamiento en los barrios urbanos y conventillos, la explotación y el sometimiento de los trabajadores y peones, el hambre y la miseria, necesitaba ser permanentemente aplacada por la maquinaria represiva y brutal de las fuerzas del orden.
Es también en esta época cuando las enormes extensiones de tierra arrebatadas a los pueblos originarios en la genocida “campaña del desierto”, se reparten entre las contadas familias acaudaladas dando origen al régimen oligárquico y su monopolio de los frutos del “suelo patrio”. Mismo proceso que aniquila a los verdaderos gauchos que poblaban la nación, considerados un estorbo marginal, o bien los somete a condiciones de servidumbre.
“(…) no trate de economizar sangre de gaucho. Éste es un abono que es preciso hacer útil al país.” Domingo Faustino Sarmiento en una carta a Bartolomé Mitre.
Y acá nos detenemos, pues tras haber eliminado al gaucho, se perpetró el latrocinio de su identidad por parte de la oligarquía, adueñándose de su figura y atributos, construyendo el relato y ficción escenográfica del “campo”, que servirá para invisibilizar la grotesca realidad de la explotación de los trabajadores rurales y el acaparamiento inmoral de la riqueza proveída por este paisaje.
A partir de entonces, cualquier amenaza a los privilegios de “los dueños de la argentina” provocará su reacción inmediata y feroz. Es este poder establecido el que, aferrándose con uñas y dientes a su ventajosa condición, ha frenado cualquier avance y transformación necesarios para el progreso concreto de un proyecto nacional inclusivo, sobrepasando la mezquindad del interés sectorial.
El pacto Roca-Runciman, que permitió al selecto grupo de terratenientes y proveedores de carne sostener su margen de beneficios cuando Inglaterra se propuso dejar de importar a Argentina, descaradamente ruinoso para la economía del país, es clara manifestación de esta renuencia.
No pensemos que este es un drama reservado de Argentina. En EEUU, la resistencia de estos mismos grupos a ceder su preeminencia derivó en una sangrienta guerra civil. En Rusia el proceso de cambio se inició con la revolución bolchevique.
La superación del umbral del subdesarrollo no podrá efectuarse jamás sin el traspaso de una economía de producción y exportación de bienes primarios a una economía manufacturera e industrial. Ya sea gracias al saqueo, la imposición de las armas y explotación colonial, o bien merced a enormes sacrificios sociales, todas las naciones que lo han efectuado atravesaron tumultuosos procesos de reconfiguración.
Lejos estamos en Argentina de cualquier aspiración expansionista, pero contamos con la ventaja cierta de la riqueza productiva del suelo, lo que siempre nos ha permitido soñar su capitalización para la concreción de un verdadero desarrollo nacional y popular, tecnológico e industrial, sin tener que exportar mano de obra barata para subsistir. Nuestros intentos de superación han sido en su mayoría más moderados, más “democráticos” y, salvo algunas excepciones, con un pueblo movilizado sin recursos violentos. No obstante, la reacción ha sido siempre impiadosa y cruel.
El escollo de siempre son “los dueños de la Argentina”, aquellos que hoy esconden su interés y privilegios enarbolando la bandera del “campo”, consiguiendo penetrar en el sentido común merced a sus recursos políticos y mediáticos.
Campo vs nación. Incluso en tiempos de recuperada democracia, la arrogancia impune de este sector ante los representantes del voto popular quedó plasmada en la silbatina de desprecio de la Sociedad Rural al presidente Alfonsín en 1988, así como en el lockout patronal en respuesta al proyecto de retenciones impositivas de la “125” en 2008, consiguiendo evitar su aprobación y condicionando posteriormente al gobierno.de Cristina Kirchner, por mencionar algunos episodios.
Hoy vemos a asalariados urbanos de clase media urbana defendiendo a viva voz en las calles los intereses monopólicos de la oligarquía local y arribadas multinacionales, aún a costa de su propio beneficio.
Esta es una batalla cultural. Es relevante desenmascarar la fachada del “campo”. Ni el país, ni su gente, ni los peones precarizados, ni ninguna economía regional se beneficiará del encarecimiento artificioso y arbitrario de los alimentos producidos localmente o el aprovechamiento de los recursos de la tierra por parte de unos pocos, mismos que terminan fugando las ganancias a paraísos fiscales en el exterior.
Es preciso recuperar los significantes cooptados por el relato conservador. Los enunciados “campo” y “nación” no deberían presentarse adversos sino orgánicos e insertos en un proyecto de desarrollo superador.