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NEUROPOLÍTICA
El apropiacionismo reduccionista de las neurociencias como recurso discursivo para la implantación ideológica de la meritocracia.

Texto: Gastón Bravo Almonacid / Imagen: Cintia Miñola




El protagonismo de las llamadas neurociencias en distintos escenarios culturales y campos de desarrollo es cada vez mayor, recibiendo un notorio impulso mediático y apoyo financiero de instituciones privadas y gubernamentales. En muchos casos, es innegable su aporte en el abordaje de determinadas problemáticas y el mejoramiento y optimización de prácticas; pero también despierta críticas desde diversos sectores, quienes alertan sobre el riesgo que implica reducir el estudio del comportamiento humano a las funciones cerebrales, llevando a considerar a los sujetos como máquinas cognitivas, amén del uso que ciertas facciones de poder pueden hacer de su interpretación ideológica.

Para adentrarnos en tema, cabe aclarar que no podemos definir a las neurociencias como una disciplina específica, sino como un amplio denominador que agrupa “campos científicos y áreas de conocimiento diversas que, bajo distintas perspectivas de enfoque, abordan los niveles de conocimiento vigentes sobre el sistema nervioso” - BEIRAS, A. (1998). Estado actual de las neurociencias. En: L. Doval y M.A. Santos R. (Eds.). Educación y Neurociencia.

Por lo tanto, si bien el término está en boga y es replicado masivamente, su referencialidad es vaga e imprecisa, lo que da lugar a interpretaciones sesgadas y oportunistas por parte de quienes quieren valerse de respaldos científicos a sus discursos ideológicos.

El aprovechamiento de enunciados científicos como pretendido basamento de proposiciones políticas no es algo nuevo: El darwinismo social, como inferencia de la teoría de la evolución de las especies al análisis de los procesos históricos, sociológicos y económicos, fue utilizado para justificar el imperialismo, el racismo, la conquista de territorios y sometimiento de poblaciones por parte de las potencias europeas y los EEUU a fines de siglo XIX.

Se trata, en definitiva, de una falacia argumental que extrapola la ley natural del más fuerte a las relaciones humanas, conduciendo en sus formas más extremas a la locura de la pureza racial por parte del nazismo y persistiendo hasta el día de hoy en las proposiciones naturalistas del comportamiento de la economía que neoliberales (y neo-neoliberales libertarios) suelen hacer.

Sobre este tipo de formulaciones advertía ya en 2016 Carina Kaplan, doctora en educación e investigadora del CONICET, cuando Facundo Manes se disponía a “cambiar el esquema mental de los pobres”, desembarcando con su fundación en las escuelas públicas.

“(…) en lugar de pensar en sujetos que aprenden, empezamos a hablar de cerebros más pobres, más ricos o de las capacidades mentales. Esta es una mirada antigua y conservadora de la pedagogía. Lo que nosotros sostenemos es que no hay diferencias cerebrales entre ricos y pobres. Lo que hay, en todo caso, son condiciones y oportunidades distintas para aprender, que son básicamente sociales. No hay nada de naturaleza en la desigualdad.” C.Kaplan (2016) - La desigualdad social y educativa no se aloja en el cerebro - Archivo El Litoral, Santa Fe / ellitoral.com

“Algunas retóricas, esperablemente edulcoradas y actualizadas, enmascaran detrás del concepto de las neurociencias y la meritocracia un nuevo embate del positivismo neo-spenceriano de matriz postmoderna. Herbert Spencer, vale aclararlo, fue un referente trascendental del positivismo sociológico decimonónico, que acuñaba un concepto organicista y racista de las sociedades, en las que, pontificaba, supervivirían únicamente los más aptos.” Eduardo Luis Aguirre (2016) - Neurociencias, el nuevo positivismo – Derecho a réplica / derechoareplica.org

Es que, propuesta como novedosa corriente científica, la apelación a la neurociencia conlleva al resurgimiento de legitimaciones biologicistas retrógradas y concepciones profundamente conservadoras y marginadoras que sirven al interés de las derechas dominantes.

Muchas disciplinas y estrategias cuestionables relacionadas a las neurociencias, como la programación neurolingüística, las “filosofías” de autoayuda o el coaching empresarial, se han desarrollado ampliamente en el mundo de las corporaciones privadas proponiendo la felicidad a través del éxito, consiguiendo confundir eficazmente las aspiraciones de los empleados con las ambiciones de los dueños. El paso siguiente son la educación y la política.

Facundo Manes es un claro representante de esta tendencia y su posicionamiento ideológico está claro, por más que intente almibarar sus inconfesables anhelos con aforismos que parece extraerle a José Narosky. Hace años, precisamente en 2002, formó parte del grupo de “jóvenes profesionales” con posgrados en las mejores universidades europeas y norteamericanas y de anterior militancia en la UceDe, que envió una misiva al entonces presidente de EEUU, George W. Bush, abogando por la no aprobación de partidas ante la crisis económica argentina de no cumplir el país con las exigencias del FMI, vinculadas al recorte del gasto público y social.

El cada vez mayor protagonismo de su figura en el escenario político, y por supuesto, su rol como representante de la nueva derecha, nos habla del crecimiento que estos formadores de opinión que, desde la retórica de la apolítica, intentan persuadir y ganar el favor popular mediante la apropiación de postulados cientificistas, al serles allanado el camino para su despliegue en redes y medios sin la confrontación crítica de personas idóneas.

Decíamos que el apoyo financiero y corporativo de sectores de poder a estos personajes de alto perfil y carisma mediático es muy significativo, y por algo lo es.

Afirmar en forma simplista que la manera de sacar a la gente de la miseria es el uso de la terapia cognitivo conductual para mejorar su “capital mental”, entraña una profunda desconexión con las complejidades sociales, culturales e históricas relacionadas a la pobreza. Pero fundamentalmente, esconde las voluntades productoras de desigualdad y marginación.

Se reedita el viejo proverbio “No le des pescado a los pobres, enséñales a pescar”, cambiando el “pescar” por el “pensar”.

La neuropolítica vino para quedarse.


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