En el Centro Cultural Azulunala, desde su creación hace 12 años, siempre existió cierta lógica barrial. Un poco desordenada e incluso caótica, de confluencia fortuita o azarosa de actividades con perfiles disímiles. Una suerte de kermese cultural permanente, en donde actividades artísticas, sociales, deportivas o culturales se entremezclaban sin una coherencia programática, estética o estrictamente ideológica (más allá de los imaginarios que denotan nuestro nombre).

Dentro de esa constelación contradictoria que podía alternar entre un festival de música balcánica, el festejo de las efemérides patrias o la presentación de una Tesis universitaria, empezaron a surgir eventos literarios cada vez con más frecuencia, y a sumarse valiosas compañeras y compañeros dedicadas/os a esa cuestión.

Promediando el 2019, y en ocasión de organizar un ciclo de encuentros de poetas locales, alguien dijo: “y si hacemos una biblioteca popular orientada hacia la poesía?”. Unos meses después, en plena pandemia y en el marco de la colecta de libros para concretar ese absurdo y anhelado proyecto, sufrimos la pérdida de la celebridad mundial más barrial, popular y poética que haya conocido la humanidad, al menos después de Cristo.

Entonces la pregunta tácita que todos nos hacíamos emergió como una certeza: ¿y si le ponemos su nombre -como nuestro humilde homenaje barrial- y entremezclamos la poesía y la reflexión letrada con la pasión más visceral, irracional y emocionante que se sintetiza en el fútbol? Así nació la Biblioteca Popular D. A. Maradona. Un pequeño santuario popular inspirado en la pasión y la alegría que nos transmite su nombre.

Para jugar con las palabras y las pasiones, pasear en la Ferrari por Villa Fiorito, comer un choripán con tapado de piel, y vengar a nuestros héroes burlando piratas y reinas durante 90 inolvidables y eternos minutos.