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Texto e imagen: Fernando Evangelista




Vladimir, uno de los tantos empleados que trabajaba en “The Paradise” Proyecciones Inmobiliarias, miró el correo una vez más. Necesitó mirar el correo antes de respirar aliviado.

Él, al igual que sus compañeros temía al despido. La pandemia los había empujado a trabajar vía online como a toda la población, sólo excluía a los denominados “esenciales”.

La red digital funcionaba y nadie había notado que el trabajo era cada vez menos porque el tránsito personal los perdía en su propio mundo, para algunos traumático, para otros era ideal. Fue Alicia la que puso a todos en alerta. Los grupos de whatsapp habían incendiado los teléfonos. En las pantallas los emoticones infelices habían dado lugar a los rojos de furia.

Un sinfín de audios con voces quebradas, emocionadas, asustadas fueron dando vida a la organización. Ellos contaban con información, el mercado de Bienes Raíces había tenido un gran repunte antes de que cesara el trabajo. Muchos suponían que era una respuesta a las demandas de pedidos de aumento de sueldo; después de todo, la patronal no da puntada sin hilo. Sebastián había señalado que buscaban mostrar que todos eran prescindibles, y eso no ayudaba más que a la paranoia.

Subía las escaleras y reconocía a cada uno de los mármoles, lo viejo seguía ahí y lo restaurado sorprendía. No había más manchas de humedad, ni paredes agrietadas. Todos los ambientes estaban ventilados y perfumados, impecables, tan pulcros como un laboratorio.

Al llegar a su piso de trabajo se dirigió por el pasillo hasta el hall de acceso. Allí estaban sus compañeros. Las puertas automáticas estaban cerradas tal como indicaba el mail. Se daría ingreso a las áreas de data entry a las 9 a.m.

Dio puños de alegría a cada uno de los que tenía cerca. La emoción brotaba en las mejillas calientes, en los ojos enrojecidos y la respiración acelerada de algunos. Había un aire de alivio que ganaba el lugar cuando alguna carcajada era acompañada por otras voces. Pasaban los minutos, cuando dieron las 8:59 sin que nadie diga nada la expectativa provocó un silencio inesperado.

La respiración era un murmullo tibio. Las puertas automáticas separaron sus dos hojas y cada uno de los empleados avanzó con toda su ansiedad montada encima de los huesos. La extensa arquitectura de los boxes dividía en dos el pasillo central de las oficinas individuales; detrás de las paredes estaban las computadoras que, al encenderse, les devolverían la sensación de estabilidad laboral. Un paso, otro, sentía la mullida alfombra acolchar las pisadas, como en un ejercicio coreográfico meditado, cada uno de los trabajadores se detuvo frente a la puerta de su estación modular de trabajo.

Vladimir notó que apretaba muy fuerte la empuñadura del maletín. Respiró hondo y miró a Leticia, ella lo saludó con los dos pulgares en alto. Miró al otro lado y repitió la misma búsqueda de alegría ante la vuelta a la normalidad.

¿Quién diría que extrañaba tanto este lugar?, pensó. Se demoró un instante en secarse la mano; los otros, al unísono, avanzaron. Apuró el paso para entrar al mismo tiempo que los demás. Cuando escuchó varios gritos notó que se había retrasado unos segundos y después descubrió, al igual que cada uno de sus compañeros, una copia exacta de sí, sentada frente a la pantalla de la pc ingresando datos en una planilla Excel.




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